El cardenal Roncalli (aquí con su secretario don Loris Capovilla) desobedeció en el primer consistorio de su papado la orden terminante de Pío XII de que monseñor Montini jamás fuera creado cardenal |
Veamos ahora cuál podría ser el significado de ese gesto tan "encantador por parte del Papa Francisco" con monseñor Capovilla. En su libro "Nikita Roncalli"[2], Franco Bellegrandi nos dice que:
En Venecia, monseñor Roncalli estaba entre los suyos. Se sentía como en casa. Su secretario, cuidadosamente escogido de entre aquellos 'abiertos' al marxismo, era un sacerdote de complexión frágil y aspecto neurótico, un tal don Loris Capovilla, cuyos únicos credenciales parecían ser un hermano cabeza de la célula comunista local de Mestre, allí mismo, a un tiro de piedra de Venecia. Quizá por eso había sido cálidamente recomendado a monseñor Roncalli por el P.C.I. [Partido Comunista Italiano].
Este sacerdote, consumido por el fanatismo progresista, acabará siendo ordenado obispo [en 1967] por Pablo VI. Su forma de dirigir la diócesis de Chieti que le fue asignada amargó hasta tal punto a su clero que pronto hubo de ser transferido a Loreto. Allí, el antiguo secretario de Juan XXIII encontró el Santuario -la Lourdes italiana- demasiado triunfalista para sus gustos progresistas y ordenó desmantelar la decoración, empezando por las preciosas lámparas que coronaban el Altar Mayor, que despojó para dejar espacio a una pequeña mesa-altar Novus Ordo, sin respetar siquiera la ventana de la casa de la Santísima Virgen. Afortunadamente, alguien interpuso una oportuna denuncia ante la Soprintendenza ai Monumenti [la agencia de conservación del patrimonio artístico y cultural de Italia] merced a la cual la mano del iconoclasta pudo ser afortunadamente detenida a tiempo.
El peón, monseñor Roncalli, ahora jugaba, además, el pequeño juego del Partido Comunista Italiano. El Secretario del Patriarca de Venecia, don Loris Capovilla, hundido hasta el cuello en el turbio pasado de violencia roja durante la guerra civil de 1944-1945 en el Norte de Italia, era, de hecho, el negro ángel custodio de monseñor Roncalli. Influyó disimuladamente sobre él, guiando sus pasos hasta el último instante de su vida.
Así, los fondos del Patriarcado de Venecia pronto fueron puestos a disposición de los capítulos comunistas locales. Ahora, los manifiestos del Partido Comunista se imprimían con dinero del Patriarcado. En aquella época, causó sensación el no completamente silenciado 'episodio de Lourdes'.
Cuando monseñor Roncalli llegó a consagrar la basílica subterránea [en honor a San Pío X, el 25-III-1958], las autoridades francesas, queriendo realizar una 'contribución' para sufragar los gastos [de transporte] del [antiguo] Nuncio, le preguntaron por la cantidad que tenían que escribir en el cheque que le iban a entregar. El Patriarca de Venecia, con toda sencillez, respondió: 'Un millón de francos'. Se hizo la entrega del cheque, pero no sin antes haberlo fotocopiado. Todo el trasiego de negocios y actividades políticas más o menos encubiertas pasaba por las manos de don Capovilla...
Fue durante ese período cuando monseñor Roncalli empezó a desarrollar un gran interés por la Rusia Soviética y por su rama del Comunismo. Pronto, ese interés, fomentado con hábil astucia por don Loris Capovilla, se convirtió en una simpatía abierta, en toda una predilección emocional. Acababa de nacer el sueño del 'aggiornamiento' de la Iglesia y de la Santa Sede al Gobierno del país que estaba sufriendo la mayor revolución social [anticristiana] de la Historia... (En:81-83; It:66-67; Pdf_It:35)
Pero volvamos a 1958. En su 'exilio' de Milán, monseñor Montini estaba ciertamente al tanto de su predestinación. Esperaba la muerte de Pío XII. A partir de ese momento, volvería a entrar en escena como protagonista más o menos oculto, pero con un futuro seguro. Se puede decir que participaba directamente en el pontificado de Roncalli, colaborando con el Papa en la redacción de los documentos pontificios más importantes [especialmente las encíclicas Mater et Magistra, de 15-V-1961, y Pacem in Terris, de 11-IV-1963]. Hacia la segunda mitad del quinquenio de gobierno roncalino de la Iglesia, el arzobispo de Milán se convirtió en el cerebro tras las políticas de Juan XXIII. Don Loris Capovilla andaba a caballo entre Roma y Milán. Estos viajes continuos no pasaron desapercibidos en la Curia. Y los que, queriendo saber las razones, con gran tacto, le preguntaron al Papa, recibieron la impresión de que monseñor Montini estaba destinado a ser el próximo Pontífice, por lo que ya estaría siendo preparado para la Sucesión Apostólica... (En:106-107; It:86; Pdf_It:45)
Los constantes episodios de arteriosclerosis de Juan XXIII, mantenidos celosamente alejados de la luz pública, provocaron infinidad de lagunas y crisis en el gobierno pontificio, y obligaron a su secretario don Loris Capovilla a realizar continuos viajes a Milán. Los miembros de la Curia mejor informados sabían que don Capovilla recibía instrucciones directas del propio arzobispo de Milán, monseñor Montini, para realizar las políticas progresistas de gobierno del Papa Bueno. Tanto fue así, que el fiel secretario marxista acabó estableciendo discretamente su propia oficina de acción política en la capital lombarda.
Mi tío Enrico Pozzani, presidente de la Federazione Nazionale dei Cavalieri del Lavoro [asociación formada por los agraciados con una distinción equiparable a la medalla al Mérito en el Trabajo], me expresó varias veces su preocupación tanto por el increíble crecimiento que estaba experimentando el movimiento sindical lombardo como por su virulencia en las industrias de capital privado. Me confió que fuentes bien informadas al servicio de grandes conglomerados industriales como Pirelli, Alfa-Romeo y FIAt habían descubierto el influjo directo de un cierto don Loris Capovilla tanto en las actividades propias de los sindicatos de clase como en la extensión y generalización de las movilizaciones de los trabajadores en las principales empresas del Norte de Italia.
En aquellas fechas, mi famoso tío, que tenía contactos frecuentes con las personalidades más importantes de la gran industria de Italia, leyó un informe que le había entregado personalmente el profesor [Vittorio] Valetta, Director General de FIAt [entre 1946 y 1966]. En ese informe, tras documentar el influjo del Secretario del Papa en la radicalización de la lucha sindical de los trabajadores del sector del metal del Norte de Italia, la Dirección de la empresa expresaba su perplejidad e impotencia para contrarrestar un influjo que había demostrado ser tan peligroso como efectivo.
Todavía recuerdo una reunión en la que participé como vaticanista al servicio del gabinete de prensa de la Federazione Nazionale dei Cavalieri del Lavoro en el Palazzo della Civiltà Italiana, conocido como el Colosseo Quadrato a causa de su forma de cuadrado macizo de mármol, formado por seis galerías superpuestas.
La pequeña figura del profesor Valetta, vestido de oscuro, casi se perdía al lado de las altísimas paredes de mármol pulido del Salón de la Presidencia, en el que resaltaban con letras de bronce los nombres de aquellos Cavalieri del Lavoro recientemente elegidos que habían donado grandes sumas de dinero a la Federación, junto al amonto de sus donaciones. Sin embargo, aquel pequeño italiano del Sur que exudaba tanta fuerza de voluntad como inteligencia, era todo un gigante en la historia de la recupración industrial de la Italia de posguerra. FIAt y la familia Agnelli deben a Valetta el que la industria del automóvil de Turín haya podido llegar a convertirse en lo que todavía hoy es.
Hundido en la poltrona de cuero amarillo, Valletta sacó de su maletín un fajo de documentos mecanografiadas que colocó sobre la monumental mesa presidencial de cristal, delante de mi tío, como si se tratara de los naipes de un solitario. Yo estaba sentado delante del Director Administrativo [de FIAt] y acababa de exponer -según las informaciones de las que disponía entonces- algunas consideraciones en relación a las políticas del Papa Roncalli y sus efectos en los asuntos y en la vida de Italia a través de las acciones de varios personajes importantes, uno de los cuales era don Loris Capovilla. Entonces, mi tío comenzó a ojear el informe. Y cuando su voz comenzó a leer algunos pasajes sueltos, mi atención fue en aumento.
Aquellas hojas mecanografiadas formaban parte de un informe confidencial dirigido al Director Administrativo. El informe había sido redactado por el Servicio de Seguridad de la compañia, dirigido en aquella época por un antiguo oficial de alto rango de los Carabinieri. Aquel informe, atiborrado de nombres, fechas y hechos, describía con todo lujo de detalles el influjo político del Secretario de Juan XXIII a través de los sindicatos de clase y del propio Partido Comunista Italiano sobre los trabajadores de las empresas más importantes del Norte de Italia, especialmente las de la rama metalmecánica.
En su perfil personal, se detallaba su colaboración con los comunistas italianos durante la guerra civil en el Norte de Italia, y se le relacionaba con la ejecución sumaria de fascistas a cargo de células comunistas. Tras el perfil de su hermano, un cabecilla del anillo rojo de la ciudad de Mestre, el informe describía cómo don Loris Capovilla, en sus contactos confidenciales con políticos, activistas y representantes sindicales, siempre se encargaba de subrayar con claridad que hablaba en nombre del Papa, como simple intérprete fiel de sus deseos políticos.
En el informe también se describían sus relaciones con el arzobispo de Milán, monseñor Montini, quien, dentro del esquema a largo plazo de control político del país, resultó ser el responsable de la inclinación a la izquierda de las grandes masas de trabajadores de Lombardía y el animador de las prédicas en clave marxista. El perfil concluía afirmando que aquellos encuentros regulares y frecuentes eran prueba clara y directa del influjo que monseñor Montini ejercía, a través de don Loris Capovilla, en la nueva orientación progresista de la política vaticana.
Recuerdo que, unos meses después de la visita de Valetta a mi tío, en el curso de una audiencia que Juan XXIII concedió a una delegación de FIAt encabezada por el abogado Agnelli y el profesor Valetta, me encontré inesperadamente con el probable autor de aquel informe. El Papa estaba sentado en su pequeño trono mientras don Loris Capovilla, con su traje ceremonial violeta, la enjuta cabeza rapada y unas grandes gafas de pasta oscura, andaba presentando sonriente y solícito a los directivos de FIAt, muy emocionados y vestidos de riguroso oscuro.
Franco Bellegrandi, Camariere di Spada e Cappa di Sua Santità bajo Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI, y colaborador de l'Osservatore Romano |
En cierto momento de mi turno de Servicio de Semana[3], situado en un discreto segundo plano con el uniforme diplomático abotonado hasta arriba, inesperadamente, se me acercó un caballero alto de pelo gris, con bigote pequeño y un par de gafas doradas apoyadas en la nariz. En voz baja, se presentó como el Jefe de los Servicios de Seguridad de FIAt. Al poco, señalando a Capovilla, ocupado con las presentaciones al Papa, me preguntó si le conocía bien y si estaba al tanto de sus preferencias políticas. Tras mi respuesta afirmativa, aquel hombre, que me pareció visiblemente tenso, se desahogó conmigo. Y, allí mismo, en estrecha proximidad al Papa, me contó al oído que él, antiguo oficial de los Carabinieri, había conocido bien a Capovilla y que sabía lo que había hecho durante la guerra civil, que tenía en su conciencia varios asesinatos, y que no sabía lo que sería capaz de dar con tal de poder estrangularle allí mismo con sus propias manos.
Miré la cara de aquel hombre, solemne en su traje cruzado azul oscuro como sólo alguno viejos soldados pueden serlo cuando se visten de civiles. Por la emoción que ví reflejada en ella, me di cuenta de que debía de haber sido informado, si es que no había sido él mismo testigo, de terribles hechos relacionados con aquel sacerdote de expresión neurótica que ahora, a pocos pasos de distancia, se había inclinado detrás de los hombros de Roncalli para seguir con su sonrisa helada las palabras de los hombres de FIAt en respuesta a las preguntas y bromas del Papa.
La audiencia terminó, el caballero se despidió y nunca más volví a saber de eĺ. Pero nunca olvidaré su singular confesión. Con el tiempo, me ayudaría a abrir los ojos cuando las cosas en el Vaticano y en Italia empezaron a cambiar y la imagen de aquel pequeño y frágil sacerdote de apariencia neurótica, de cara pálida y enjuta, un poco lúgubre con aquellas grandes gafas de pasta oscura, pasó primer plano. Fue durante el proceso de marxistización de Italia, en la época de apertura y desplazamiento hacia la izquierda [socialdemócrata] de todo el bloque europeo Occidental. (En:122-126; It:99-102; Pdf_It:51-53)
Ahora ya sabemos cuál podría ser el significado del ascenso al cardenalato de monseñor Capovilla. No tiene nada de particular. Es metonimia de una cierta política de creación de cardenales. Y, por extensión, también lo es de una cierta política de ordenación de obispos y presbíteros. Desgraciadamente, también es metonimia de la canonización de unos papas sobre cuyas vidas se ciernen sombras inquietantes.
Resulta evidente que los sucesos del último medio siglo en la Iglesia no son producto de una mera sucesión de casualidades más o menos desgraciadas y sin ninguna relación entre sí. No es histórica ni estadísticamente congruente reducir todo ese cúmulo de sucesos a un simple post hoc sed non propter hoc colgado de la nada. Como el propio Concilio Vaticano II, son resultado de un propósito y unos objetivos claramente definidos y delimitados. Un propósito y unos objetivos de los que participa claramente monseñor Capovilla.
Sin embargo, aparentemente, ni ese propósito ni esos objetivos parecen ser de interés alguno para nuestros dos queridos bloggers. Por eso, con ocasión de la concesión del capelo cardenalicio, no han tenido nada que decir sobre monseñor Loris Francesco Cardenal Capovilla.
Seguirá...
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[2] Franco Bellegrandi fue Cameriere di Spada e Cappa di Sua Santità bajo Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI, y colaborador de l'Osservatore Romano.
El texto de Nikitaronaclli fue escrito a finales de los años setenta pero, dada la negativa de las editoriales, no pudo ser publicado hasta 1994 por EILES (Edizioni Italiane di Letteratura e Scienze). Existe una segunda edición en la misma editorial de 1999. A pesar de existir una traducción al inglés, nunca se ha publicado la edición inglesa.
La primera edición italiana del libro es citada en la bibliografía de un artículo de Chiesa Viva escrito por el Dr. don Salvador Macca, Presidente Emérito de la Corte de Apelación de Brescia, Presidente Honorario Adjunto de la Corte de Casación, y Caballero de la Órden de la Gran Cruz.
Los comentarios entre paréntesis cuadrados [ ] son míos. Por comodidad, cito a partir del PDF con la traducción inglesa [En]:
Nikita Roncalli: Counterlife of a Pope, pp. 81-83, 106-107, y 122-126.
La traducción del texto inglés es mía. Me he apoyado en el texto de la primera edición italiana [It]:
Nichitaroncalli: Contravita di un Papa, Roma: EILES, 1994, pp. 66-67, 86, 99-102 [en el Pdf: pp. 35, 45, 51-53]
[3] Semana de Servicio: periodo de guardia dentro del acuartelamiento de siete u ocho días de duración durante los cuales un oficial supervisa el desarrollo de las actividades cuartelarias.
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