De seguir todavía vivo ¿qué nos diría hoy monseñor Lefebvre? No lo sabemos. Lo único que podemos hacer es aplicar sus enseñanzas.
La primacía de la Caridad (1Co.XIII, 1-13) presupone la sana doctrina. El ecumenismo, de origen protestante, cuyo objetivo es agrupar y equiparar la miríada de denominaciones protestantes con la única Iglesia verdadera, persigue la unidad no en el plano doctrinal de la verdad sino en el práctico de la pseudo-caridad.
La primacía de la Caridad (1Co.XIII, 1-13) presupone la sana doctrina. El ecumenismo, de origen protestante, cuyo objetivo es agrupar y equiparar la miríada de denominaciones protestantes con la única Iglesia verdadera, persigue la unidad no en el plano doctrinal de la verdad sino en el práctico de la pseudo-caridad.
Por eso, en este punto como en todos los demás, las palabras de mons. Lefebvre son netamente católicas. Si la doctrina va primero, no hay nada que negociar. Sólo hay que obedecer. Y, por eso mismo, la posición de quienes han decidido ignorar conscientemente esas palabras, por más obispos, por más superiores, por más teólogos, por más mayoría que sean, mientras no rectifiquen, no es católica.
La Fe no ha cambiado porque siempre y en todas partes es la misma. Desgraciadamente, ellos sí que han cambiado. Hoy ya no es como ayer, y mañana ¿quién sabe...? Que no sea ese nuestro caso.
No creamos que, con estas o con otras palabras, por medio de diálogos teológicos o de negociaciones diplomáticas, vamos a cambiar la mente de alguien. Como decía mons. Lefebvre, no son los inferiores sujetos quienes cambian a los superiores que les sujetan sino al revés, porque para eso son superiores[1].
Ya que nuestros superiores también han decidido ignorar estas palabras de mons. Lefebvre para seguir persiguiendo la quimera del cambio de mente de un Papa y de unos colegios cardenalicio y episcopal profundamente empapados de idealismo kantiano, que no nos pase a nosotros lo mismo con nuestros superiores...
Nunca cambiaremos la mente de nuestros superiores. La suya y la del Papa está sólo en manos de Dios. Cuanto antes lo entendamos, antes nos libraremos del estupor y la perplejidad, y antes pasaremos a la acción, que debe ser principal aunque no exclusivamente espiritual.
Lleno de admiración, en uno de sus ataques inmisericordes, Satanás no pudo sino confesarle al Santo Cura de Ars que sólo cinco hombres como él habrían desbaratado sus planes para lograr la apostasía de la humanidad. Satanás decía eso en el Siglo XVIII, el Siglo de las Luces. Ahora sabemos cuáles eran esos planes, su alcance y extensión.
Entonces sólo hubieran hecho falta cinco hombres. Cinco santos. Hoy, dada la extensión del mal, harán falta una docena. Una docena de santos como el Cura de Ars. No más. Ése es el modelo, el camino a seguir. Los sacerdotes se deben santificar por medio de la oración y la penitencia para que, santificándose ellos, también se santifiquen los fieles y así, todos juntos, combatir por la Fe.
Para seguir los pasos del Cura de Ars, es mejor que dejemos el "Poema del Hombre-Dios" de doña María Valtorta a quienes deseen dialogar con una obra hecha exclusivamente por manos humanas. Si alguien quiere leerla, allá él.
Mejor tomemos los Evangelios, las Sagradas Escrituras y las obras de los Santos Doctores de la Iglesia. Y, si alguien se siente movido a ello, que lea "Mística ciudad de Dios" de la Venerable Madre Superiora Sor María de Jesús de Ágreda, O.I.C., o "La dolorosa pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo" de la beata madre agustina Sor Ana Catalina Emmerick.
En cualquier caso, invoquemos en los quince misterios del Santo Rosario diario la asistencia de Nuestra Señora de Luján, de Guadalupe y del Pilar para nuestros superiores, para el Papa, para los colegios cardenalicio y episcopal, para nosotros mismos y para nuestras familias.
La batalla ha empezado. Está aquí, dentro nuestro, en nuestra casa, en nuestra parroquia, en nuestra Iglesia, en esta tierra nuestra que nos vio nacer.
Que cada uno luche en la medida de sus posibilidades, como sepa y pueda, con las armas que estén a su alcance. El que pueda pelear dentro, que lo haga. El que tenga que hacerlo fuera, que lo haga también. Unos y otros somos instrumentos en las manos de Dios. Él nos dirá, a cada uno y en cada momento, qué es lo que tenemos que hacer.
¿Para qué tenemos la vida sino para ofrecérsela y perderla en nombre de Dios?
Pongámonos en sus manos, manos a la obra.
Pongámonos en sus manos, manos a la obra.
¡Viva Cristo Rey!
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[1] Pero ni siquiera a los superiores hay que obedecer por encima de la verdad.
Dentro de la Iglesia, las personas ostentan y se sujetan a cargos en función de la doctrina que deben guardar, hacer guardar, transmitir y hacer transmitir. Fuera de la Iglesia, no existiendo más verdad que la convención pactada en cada momento, la obediencia debe ser, necesariamente, ciega. Por eso, sólo quienes han renunciado a la verdad pueden decir que quien obedece no se equivoca.
Alterada la doctrina, desaparece la auctoritas o autoridad material, que no retornará mientras no se produzca el regreso a la doctrina verdadera.
Cualquier intento de ejercer la potestas o autoridad formal sin la auctoritas o autoridad material fundada en la verdad, por más que sea formalmente válido y tenga apariencia de validez, será materialmente nulo, no obligando en conciencia.
La obediencia plena, formal y material, a la potestas sin auctoritas constituye un pecado grave de servilismo. Y, en asuntos de Fe, supone un acto de apostasía material por medio del cual el sujeto se sujeta por propia voluntad, en contra de la Voluntad de Dios, a los errores materiales de su superior.
No se trata de un heroico acto de obediencia al superior sino de un perverso acto de desobediencia a Dios por medio del cual, además de colaborar con el mal, se rinde al superior una obediencia que no le es debida.
Por eso, la obediencia ciega en materia grave contraria a la Fe supone un acto de idolatría al superior, y constituye un pecado grave contra el Primer Mandamiento de la Ley de Dios.
(Addenda 6.XI.2012@22:45CET)
Lo dicho nada tiene que ver con el sedevacantismo. Tiene que ver, más bien, con un sedeprivacionismo mitigado según el cual los Papas posconciliares serían formalmente, sin duda ninguna, verdaderos Papas. Y, materialmente, serían Papas en todos aquello que no fuera directamente contrario ni a la Tradición, lo que se ha enseñado y practicado siempre y en todas partes, ni al Magisterio dogmático o infalible. Y seguirían siendo materialmente Papas aún cuando se equivocaran una vez tras otra en lo que no estuviera relacionado con la Tradición o el Magisterio dogmático o infalible.
Respecto a lo que fuera contrario a la Tradición y al Magisterio, por caridad filial, habría que atribuirlo a un error intelectual invencible porque, aunque la inteligencia tienda a la verdad, a causa del Pecado Original, sufre la ausencia de conocimiento. En cualquier caso, habría que asumir que la intención del corazón del Papa siempre es la de actuar en el mismo sentido en el que siempre han actuado todos los Papas antes que él. Por más que pudiera parecer que no da puntada sin hilo...
Imaginémonos el caso de una familia en la que el padre sufriera un brote psicótico. ¿Dejará por eso de ser formalmente padre? No. ¿Podrá ejercer materialmente de padre en semejante estado? Tampoco.
Sin embargo, una vez recuperado del brote psicótico, o en los lapsos de lucidez entre brotes, sí que podría ejercer materialmente de padre (aunque, evidentemente, dada la situación de naturaleza caída del ser humano, siempre estará sujeto a equivocaciones prudenciales que, en el caso del Papa, nunca llegarán a más gracias a la acción del Espíritu Santo).
¿Habrá dejado por eso de existir la familia? No. ¿Habrá dejado la familia de considerar padre al padre? No. ¿Habrá dejado de tratarle como tal? No. ¿Se sujetará a él aún en medio de un brote psicótico? Tampoco.
Si no aceptamos esta hipótesis, habría que, o bien asumir la apostasía por pura obediencia ciega, o bien fomentar la desobediencia al Papa, aboliendo "de facto" el "cum Petro et sub Petro".
Aceptando esta hipótesis, logramos mantenernos fieles a la Tradición y al Magisterio y, a la vez, mantener los debidos respeto y reverencia al Papa, sin juzgarlo ni quitarle la autoridad que ostenta. Autoridad que, en ningún caso, pasa por encima de Dios.
Creo que así se explica la posición de la Fraternidad San Pío X.
Por su parte, el sedevacantismo no sólo no puede justificar cómo es posible que todos los Papas, cardinales y obispos de la Iglesia pueden equivocarse unánimemente durante décadas sino que, además, asume una postura de juez universal sobre la conciencia del Papa que no le corresponde porque "de internis, Ecclesia non judicat".
El sedevacantismo asume que el brote psicótico indica que el padre, en realidad, nunca ha sido padre y que, por tanto, no sólo no se le debe tratar como tal sino que no se debe acatar ninguno de sus actos, independientemente de si son producto de un brote psicótico o no.
Finalmente, como no puede ser de otra forma en asuntos tan delicados, si algo de lo escrito es contrario a la Tradición o al Magisterio, o le falta el debido respeto a la autoridad petrina, me someto al juicio de la Iglesia y me retracto "hic et nunc".
(Addenda 6.XI.2012@22:45CET)
Lo dicho nada tiene que ver con el sedevacantismo. Tiene que ver, más bien, con un sedeprivacionismo mitigado según el cual los Papas posconciliares serían formalmente, sin duda ninguna, verdaderos Papas. Y, materialmente, serían Papas en todos aquello que no fuera directamente contrario ni a la Tradición, lo que se ha enseñado y practicado siempre y en todas partes, ni al Magisterio dogmático o infalible. Y seguirían siendo materialmente Papas aún cuando se equivocaran una vez tras otra en lo que no estuviera relacionado con la Tradición o el Magisterio dogmático o infalible.
Respecto a lo que fuera contrario a la Tradición y al Magisterio, por caridad filial, habría que atribuirlo a un error intelectual invencible porque, aunque la inteligencia tienda a la verdad, a causa del Pecado Original, sufre la ausencia de conocimiento. En cualquier caso, habría que asumir que la intención del corazón del Papa siempre es la de actuar en el mismo sentido en el que siempre han actuado todos los Papas antes que él. Por más que pudiera parecer que no da puntada sin hilo...
Imaginémonos el caso de una familia en la que el padre sufriera un brote psicótico. ¿Dejará por eso de ser formalmente padre? No. ¿Podrá ejercer materialmente de padre en semejante estado? Tampoco.
Sin embargo, una vez recuperado del brote psicótico, o en los lapsos de lucidez entre brotes, sí que podría ejercer materialmente de padre (aunque, evidentemente, dada la situación de naturaleza caída del ser humano, siempre estará sujeto a equivocaciones prudenciales que, en el caso del Papa, nunca llegarán a más gracias a la acción del Espíritu Santo).
¿Habrá dejado por eso de existir la familia? No. ¿Habrá dejado la familia de considerar padre al padre? No. ¿Habrá dejado de tratarle como tal? No. ¿Se sujetará a él aún en medio de un brote psicótico? Tampoco.
Si no aceptamos esta hipótesis, habría que, o bien asumir la apostasía por pura obediencia ciega, o bien fomentar la desobediencia al Papa, aboliendo "de facto" el "cum Petro et sub Petro".
Aceptando esta hipótesis, logramos mantenernos fieles a la Tradición y al Magisterio y, a la vez, mantener los debidos respeto y reverencia al Papa, sin juzgarlo ni quitarle la autoridad que ostenta. Autoridad que, en ningún caso, pasa por encima de Dios.
Creo que así se explica la posición de la Fraternidad San Pío X.
Por su parte, el sedevacantismo no sólo no puede justificar cómo es posible que todos los Papas, cardinales y obispos de la Iglesia pueden equivocarse unánimemente durante décadas sino que, además, asume una postura de juez universal sobre la conciencia del Papa que no le corresponde porque "de internis, Ecclesia non judicat".
El sedevacantismo asume que el brote psicótico indica que el padre, en realidad, nunca ha sido padre y que, por tanto, no sólo no se le debe tratar como tal sino que no se debe acatar ninguno de sus actos, independientemente de si son producto de un brote psicótico o no.
Finalmente, como no puede ser de otra forma en asuntos tan delicados, si algo de lo escrito es contrario a la Tradición o al Magisterio, o le falta el debido respeto a la autoridad petrina, me someto al juicio de la Iglesia y me retracto "hic et nunc".
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